jueves, 6 de noviembre de 2008

Alguien

Un hombre trabajado por el tiempo,

un hombre que ni siquiera espera la muerte

(las pruebas de la muerte son estadísticas

y nadie hay que no corra el albur

de ser el primer inmortal),

un hombre que ha aprendido a agradecer

las modestas limosnas de los días:

el sueño, la rutina, el sabor del agua,

una no sospechada etimología,

un verso latino o sajón,

la memoria de una mujer que lo ha abandonado

hace ya tantos años

que hoy puede recordarla sin amargura,

un hombre que no ignora que el presente

ya es el porvenir y el olvido,

un hombre que ha sido desleal

y con el que fueron desleales,

puede sentir de pronto, al cruzar la calle,

una misteriosa felicidad

que no viene del lado de la esperanza

sino de una antigua inocencia,

de su propia raíz o de un dios disperso.


Sabe que no debe mirarla de cerca,

porque hay razones más terribles que tigres

que le demostrarán su obligación

de ser un desdichado,

pero humildemente recibe

esa felicidad, esa ráfaga.


Quizá en la muerte para siempre seremos,

cuando el polvo sea polvo,

esa indescifrable raíz,

de la cual para siempre crecerá,

ecuánime o atroz,

nuestro solitario cielo o infierno.

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